Entre 2011 y 2015, el porcentaje de niños que abandonó la primaria en la Argentina descendió de 0,4 a 0,28%*, según el Observatorio Argentinos por la Educación.
Si uno mira las tasas de cada año de modo aislado queda en un primer momento con la sensación de que son bajas, y que además están disminuyendo.
Esta primera impresión podría llevar incluso a concluir, de modo prematuro, que el acceso a la escuela, la más básica de las dimensiones del derecho a la educación, está en camino a ser satisfecho. Incluso para lo que es la educación secundaria, la última cifra disponible (2,87%* de abandono escolar intra-anual en 2015) pareciera plantear un panorama alentador.
Más allá de lo necesario que resulte trabajar con tasas porcentuales a la hora de planificar líneas de acción en política educativa, no debe perderse de vista la realidad, la vida, que esas cifras esconden. Así, por ejemplo, la pequeña cifra de 0,28%* de abandono de la escuela primaria intra-anual en 2015 implicó, para ese año, que no menos de 12.713 niños quedaran afuera de la escuela (fuente: DiNIECE). Y para la escuela secundaria, aún peor: 113.274 chicos quedaron sin posibilidad de completar sus estudios.
Si se reuniera a todos los alumnos que en 2015 abandonaron la secundaria, podrían llenar los estadios de River y Boca, y aún quedarían 2.586 chicos afuera.
Y estamos hablando solamente de los que abandonaron ese año. Si sumáramos los que abandonaron entre 2011 y 2015, esta cifra se transforma en 79.284 niños que abandonaron la primaria y 527.626 -¡medio millón!- la secundaria.
Pensar en el abandono escolar implica atender otros procesos que pueden entenderse como señales de alarma: repitencia, sobreedad, concurrencia a aulas hacinadas y con cantidad insuficiente de docentes, entre otras.
Hay estadísticas actuales respecto a lo que acabamos de enumerar. Sin embargo, ¡qué crucial resulta entrenar la mirada! Porque una mirada de la estadística, ajena a la realidad cotidiana de los chicos, sus historias, sus procesos, sus dificultades diarias para sostener la escolaridad, corre el riesgo de pensar estas partes de un modo aislado, desvinculado.
Quien comparte la cotidianeidad de los chicos sabe que detrás de los 606.910 niños, niñas y adolescentes que entre 2011 y 2015 abandonaron la escuela, se esconde un número mucho mayor cuya trayectoria educativa se encuentra en riesgo.
Si consideramos, por ejemplo, a la sobreedad como un factor que aumenta el riesgo de abandono escolar, resulta un error leer las estadísticas de abandono intra-anual desconociendo las de repitencia.
Solo en 2015 hubo un total de 1.829.628 niños, niñas y adolescentes arrastrando desfasajes entre su edad y el momento de la trayectoria escolar en el que se encontraban. Ni el área metropolitana de Rosario ni de Córdoba llegaban a esa cantidad de habitantes en el último censo.
Vemos, desde nuestro trabajo en villas de la ciudad de Buenos Aires, el impacto que estos indicadores tienen en la vida cotidiana de los chicos.
Los deterioros en la trayectoria educativa que, muchas veces, culminan en abandono escolar, van erosionando una de las redes más sólidas con las que cuentan los niños para construir y proyectar sus vidas.
Estos deterioros pueden ser tan fuertes que, en muchos casos, no dándose un abandono formal de la escuela, muchos terminan atravesando un abandono de hecho, continuando inscriptos pero pasando más tiempo en otros espacios que en la escuela. Esta situación, aunque no aparezca representada en una tasa de abandono, refleja una situación no muy lejana.
En Pilares tenemos hace 10 años el privilegio de acompañar en lo educativo el camino de muchos niños, varios con su escolaridad comprometida. Durante este tiempo, pudimos aprender de ellos y de las instituciones con las que trabajamos (escuelas, parroquias, espacios de apoyo escolar y tantas otras) la importancia fundamental del acompañar de cerca.
Seguimos aprendiendo, una y otra vez, cómo aún las mejores herramientas que se puedan aportar desde lo profesional, siendo sumamente necesarias, resultan insuficientes si no van acompañadas por la mirada cercana, contenedora y comprensiva.
Resulta fundamental no perderlo de vista. Detrás de las cifras hay niños, niñas y adolescentes de carne y hueso, que no pueden prescindir de figuras de carne y hueso que sepan prestar el oído, conocer sus historias, preocuparse por sus preocupaciones, decir “presente” tocando la puerta de su casa cuando el “presente” falta en la planilla de asistencia. Esto no puede tomarse como dimensiones accidentales del trabajo docente o limitadas a actos de heroísmo personal. Tiene que considerarse algo que no puede faltar, de una u otra manera: ya sea reconociéndolo formalmente como parte del trabajo de los docentes, ya sea generando más figuras como las de tutores o encargados de acompañamiento.
Las estadísticas y las cifras pueden ser una herramienta de control ciudadano sobre el cumplimiento del derecho a la educación. Pero no perdamos de vista las trayectorias, vivencias y recorridos que hay detrás de las cifras, que son las que les otorgan sentido y carácter de urgencia.